Pasaban casi siempre por la puerta de mi casa. La viudamadre con esos cancanes opacos que caracterizan a las viejas, y la hija con la particularidad de tener la boca más grande del pueblo. Vivían a dos cuadras de la escuela 18 frente al club del cual soy simpatizante, y en una acacia de vereda ecadenaban un Falcon blanco que nunca conducían. Eran propietarias de una legua de monte de cuyos quehaceres se ocupaba un peón; ella viajaban al lugar los fines de semana. Un lunes no volvieron. Un martes no volvieron. Un miércoles no volvieron. Un jueves no volvieron. Un viernes no volvieron. Un sábado no volvieron. Un domingo no volvieron. Un lunes no volvieron. Una vecina dio aviso a la policía. La encontraron degolladas en el pozo del jagüel. En el pueblo hablaron de amor. Del peón no se supo más nada.