Nunca antes había sentido este miedo corriendo por el cuerpo, ahogando mi cerebro. Calculé la medida justa de entrega, no amé de más, ni de menos. Dos tazas de cariño estaban bien, no vaya a ser que la sobredosificación traiga demasiados efectos secundarios. El centro siempre fue mi propio ombligo y el mate amargo que acompañó la soledad. "Podes quedarte, si queres, no te obligo a nada", fueron pensamiento recurrentes, la presencia de los demás, la verdad, me daba igual. Acaso fue el sol, el frío de un mar inventado, una mirada distinta, el momento justo, o el menos indicado, ¿por qué no? Acá estoy, con más miedo que cuando sentía que la vida se me iba de las manos. Porque, tal vez, eso pasa y sabes, sos consciente, que no podes hacer más nada. Esto se parece más bien al terror de hacer algo por primera vez, a ese primer examen en la facultad, a la primera sirena de largada que perciben tus sentidos, al primer día de trabajo. Ese miedo tiene que ver con la n...