Ir al contenido principal

Correr sin parar.

Nunca antes había sentido este miedo corriendo por el cuerpo, ahogando mi cerebro. Calculé la medida justa de entrega, no amé de más, ni de menos. Dos tazas de cariño estaban bien, no vaya a ser que la sobredosificación traiga demasiados efectos secundarios.
El centro siempre fue mi propio ombligo y el mate amargo que acompañó la soledad. "Podes quedarte, si queres, no te obligo a nada", fueron pensamiento recurrentes, la presencia de los demás, la verdad, me daba igual. 

Acaso fue el sol, el frío de un mar inventado, una mirada distinta, el momento justo, o el menos indicado, ¿por qué no? 
Acá estoy, con más miedo que cuando sentía que la vida se me iba de las manos. Porque, tal vez, eso pasa y sabes, sos consciente, que no podes hacer más nada. 
Esto se parece más bien al terror de hacer algo por primera vez, a ese primer examen en la facultad, a la primera sirena de largada que perciben tus sentidos, al primer día de trabajo. Ese miedo tiene que ver con la necesidad de comenzar a recorrer nuevos caminos, a pedirte que te quedes, que me abrigues, que nada digas cuando tiemble asustada porque quedamos solas en lo que puede ser nuestro nuevo hogar, quedamos solas frente al amor.

Puede que también te invada el miedo, o puede que ya no creas en eso. Estas ahí entre la duda del moverte, caminar, bailar, saltar o correr mirando hacia atrás hasta que me acomode a tu ritmo inquieto y volvamos a retomar la paz. 
Las banderas blancas no suelen ser más que mentira, te declaran tregua y abrigan muebles que jamás serán vividos. Yo no quiero eso, no quiero la soledad de la compañía. Prefiero las escenas dramáticas donde la violencia no es siquiera un juego, en que el mayor drama es llegar a fin de mes y no desperdiciar la poca comida que nos queda asesinada en la sartén. 
Quiero verte parada frente a mis ojos cuando invente un palacio de cartas españolas, solo para alegrarte el domingo gris. Y sin pronunciar el sentimiento de aburrimiento se nos ocurra la tontería más grande de salir a probar ambientes cálidos en los locales del centro comercial.

Ahí vamos, cagadas de miedo, porque al final, después de tanto disfraz de superheroínas somos dos idiotas queriendo correr sin parar; 
juntas 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Ritual

* Me das una revista Con titular De nuestro próximo ritual Y comienzo a citar Lo que prende luces “No vamos a ningún lado, Sencillamente nos quedamos  Donde el tacto y el olor nos detengan” Y se volverá eterno el momento de ver “ese lunar que otras veces Había pasado desapercibido” Repetir, una vez más; Lo eterno lo trae el viento. Nos amamos al natural. "Disfrutemos el momento" nos decíamos. Y hoy; p erpetuar. * Comenzado el ritual Te sentas un poco más allá; Te observo desde el colchón. Cruzas una mirada, Cantas la canción del momento; Concentrada. Te robo el beso del segundo. Duermo en este mundo, Y empiezo a despertar En el asteroide B612. Cuento las lunas de tu piel Algo eclipsadas. El fuego toca tu boca Y luego mi piel. El sabor dulce de volver a amarse El aroma perdido Entre tanto delirio inexplicable. Me detengo es ese perfume Que nos hace brillar Y comienza a rodar ese satélite Perdido de tu espalda Voy sintiendo tu piel En cada yema de mis dedos La energía c...
Algo simple.  Vos. Algo complejo.  Despertar con. Te lo dije muchas veces.  no somos uno. Dos. Plural.

La Sombra del Viento

EL CEMENTERIO DE LOS LIBROS OLVIDADOS Todavía recuerdo aquel amanecer en que mi padre me llevó por primera vez a visitar el Cementerio de los Libros Olvidados. Desgranaban los primeros días del verano de 1945 y caminábamos por las calles de una Barcelona atra­pada bajo cielos de ceniza y un sol de vapor que se derra­maba sobre la Rambla de Santa Mónica en una guirnalda de cobre líquido. —Daniel, lo que vas a ver hoy no se lo puedes contar a nadie —advirtió mi padre—. Ni a tu amigo Tomás. A nadie. —¿Ni siquiera a mamá? —inquirí yo, a media voz. Mi padre suspiró, amparado en aquella sonrisa triste que le perseguía como una sombra por la vida. —Claro que sí —respondió cabizbajo—. Con ella no tenemos secretos. A ella puedes contárselo todo. Poco después de la guerra civil, un brote de cólera se había llevado a mi madre. La enterramos en Montjuïc el día de mi cuarto cumpleaños. Sólo recuerdo que llovió todo el día y toda la noche, y que cuando le pregunté a mi padre ...