Ir al contenido principal

Carta de Ernesto "Che" Guevara a sus hijos



A mis hijos
Queridos Hildita, Aleidita, Camilo, Celia y Ernesto:

Si alguna vez tienen que leer esta carta, será porque yo no esté entre Uds.
Casi no se acordarán de mí y los más chiquitos no recordarán nada.
Su padre ha sido un hombre que actúa como piensa y, seguro, ha sido leal a sus convicciones.
Crezcan como buenos revolucionarios. Estudien mucho para poder dominar la técnica que permite dominar la naturaleza. Acuérdense que la Revolución es lo importante y que cada uno de nosotros, solo, no vale nada. Sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario. 



Hasta siempre, hijitos, espero verlos todavía. 
Un beso grandote y un gran abrazo de Papá.




*

Comentarios

Publicar un comentario

Hola, ¿cómo estás?

Entradas populares de este blog

Algo simple.  Vos. Algo complejo.  Despertar con. Te lo dije muchas veces.  no somos uno. Dos. Plural.

Así fue nuestra obra

El parque estaba verde, en su mejor momento, el agua fría, creo yo, quedé a doscientos metros de distancia el sol brilló sobre los papeles que desplegamos en el pasto. Las palabras, pensadas letra por letra.  No hubo de más, ni de menos, la simulación estaba activada. todo lo esperado nunca llegó. No era el momento; me quejo con el destino Así no tenia que ser, faltaban las risas, los chistes las canciones y el color (y el calor) Nada; eso fue. nada. Despegamos. Aunque forcemos el camino, no había marcha atrás,  nos atropelló la vida como mil veces, vos hiciste tu parte,yo no ayude a mejorar. El silencio nos mató poco a poco, pero como dice la canción, el amor es más fuerte. Resucitar siempre fue lo que mejor se nos dio. Crecimos lejos, nos hicimos lejos. Inventamos laberintos disfrazados de puentes, los pintamos, sin saber nada de arte callejero quedó genial la obra, la miro y creo que es el Muro de Berlin en la foto que l...

La Sombra del Viento

EL CEMENTERIO DE LOS LIBROS OLVIDADOS Todavía recuerdo aquel amanecer en que mi padre me llevó por primera vez a visitar el Cementerio de los Libros Olvidados. Desgranaban los primeros días del verano de 1945 y caminábamos por las calles de una Barcelona atra­pada bajo cielos de ceniza y un sol de vapor que se derra­maba sobre la Rambla de Santa Mónica en una guirnalda de cobre líquido. —Daniel, lo que vas a ver hoy no se lo puedes contar a nadie —advirtió mi padre—. Ni a tu amigo Tomás. A nadie. —¿Ni siquiera a mamá? —inquirí yo, a media voz. Mi padre suspiró, amparado en aquella sonrisa triste que le perseguía como una sombra por la vida. —Claro que sí —respondió cabizbajo—. Con ella no tenemos secretos. A ella puedes contárselo todo. Poco después de la guerra civil, un brote de cólera se había llevado a mi madre. La enterramos en Montjuïc el día de mi cuarto cumpleaños. Sólo recuerdo que llovió todo el día y toda la noche, y que cuando le pregunté a mi padre ...