Ir al contenido principal

paisajes



*

Debajo de las sabanas 
La noche siempre llega.
Tu piel la tiñe de colores.
Me pierdo.

Nadie ve el mundo 
que uno puede construir.
Nadie explica lo que dice
el duende de la mañana.

En los baúles solo hay diarios viejos
sólo hay rastros de viejos amores
de soledades perdidas.

Y al desvanecer las heridas
el cielo pinta y despinta
lo que volvemos a creer.

Comentarios

  1. Debajo de la noche
    mis sábanas siempre llegan teñidas
    de las pieles de tus colores
    Me pierdo.

    ResponderEliminar
  2. Espero no te moleste, pero me gusta jugar con dar vuelta las cosas, je je.
    Me gusta mucho tu "Paisajes", tal cual está... versión original, digamos... besos chanaes

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Hola, ¿cómo estás?

Entradas populares de este blog

Algo simple.  Vos. Algo complejo.  Despertar con. Te lo dije muchas veces.  no somos uno. Dos. Plural.

Así fue nuestra obra

El parque estaba verde, en su mejor momento, el agua fría, creo yo, quedé a doscientos metros de distancia el sol brilló sobre los papeles que desplegamos en el pasto. Las palabras, pensadas letra por letra.  No hubo de más, ni de menos, la simulación estaba activada. todo lo esperado nunca llegó. No era el momento; me quejo con el destino Así no tenia que ser, faltaban las risas, los chistes las canciones y el color (y el calor) Nada; eso fue. nada. Despegamos. Aunque forcemos el camino, no había marcha atrás,  nos atropelló la vida como mil veces, vos hiciste tu parte,yo no ayude a mejorar. El silencio nos mató poco a poco, pero como dice la canción, el amor es más fuerte. Resucitar siempre fue lo que mejor se nos dio. Crecimos lejos, nos hicimos lejos. Inventamos laberintos disfrazados de puentes, los pintamos, sin saber nada de arte callejero quedó genial la obra, la miro y creo que es el Muro de Berlin en la foto que l...

La Sombra del Viento

EL CEMENTERIO DE LOS LIBROS OLVIDADOS Todavía recuerdo aquel amanecer en que mi padre me llevó por primera vez a visitar el Cementerio de los Libros Olvidados. Desgranaban los primeros días del verano de 1945 y caminábamos por las calles de una Barcelona atra­pada bajo cielos de ceniza y un sol de vapor que se derra­maba sobre la Rambla de Santa Mónica en una guirnalda de cobre líquido. —Daniel, lo que vas a ver hoy no se lo puedes contar a nadie —advirtió mi padre—. Ni a tu amigo Tomás. A nadie. —¿Ni siquiera a mamá? —inquirí yo, a media voz. Mi padre suspiró, amparado en aquella sonrisa triste que le perseguía como una sombra por la vida. —Claro que sí —respondió cabizbajo—. Con ella no tenemos secretos. A ella puedes contárselo todo. Poco después de la guerra civil, un brote de cólera se había llevado a mi madre. La enterramos en Montjuïc el día de mi cuarto cumpleaños. Sólo recuerdo que llovió todo el día y toda la noche, y que cuando le pregunté a mi padre ...