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Mostrando entradas de 2012

Esquina

Un semáforo puede ser poesía si al dar el rojo nos encuentra. Los autos cruzan en la hora pico del lunes. Pasa quién sabe quien, hay puntos fijos en su cara; uno o dos lunares, pequeños, casi perfectos. Las luces invaden el cuerpo; lo encienden, se agota la paz, las manos danzan como pidiendo piedad. Hay voces resonando entre la cumbia móvil; acá adentro, allá afuera. No hay línea nada divide nada, los frenos pegan fuerte en esta esquina, en mi cabeza, una mirada entre el tricolor, una sonrisa entre el misterio acelera la noche. Los auriculares en la mochila. No hay despedida. Los encuentros quedan abiertos en cualquier calle de la ciudad.

Hablaron de amor | G. Arens

Pasaban casi siempre por la puerta de mi casa.  La viudamadre con esos cancanes opacos  que caracterizan a las viejas, y la hija con la particularidad de tener la boca  más grande del pueblo. Vivían  a dos cuadras de la escuela 18 frente al club del cual soy simpatizante, y en una acacia de vereda ecadenaban un Falcon blanco que nunca conducían. Eran propietarias de una legua de monte de cuyos quehaceres se ocupaba un peón; ella viajaban al lugar los fines de semana. Un lunes no volvieron. Un martes no volvieron. Un miércoles no volvieron. Un jueves no volvieron. Un viernes no volvieron. Un sábado no volvieron. Un domingo no volvieron. Un lunes no volvieron. Una vecina dio aviso a la policía. La encontraron degolladas en el pozo del jagüel. En el pueblo hablaron de amor. Del peón no se supo más nada.

Pausa

Del otro lado de la mesa, de frente, comparas letra por letra; nada es parecido pero lo inventas. Cierro la puerta, al pasar toco tu hombro con fuerza. Al sentarme golpeas mi mano sobre la mesa, con sonrisa mafiosa nos preguntamos qué pasa.

Un país

Cuando volví  pregunté por ella, mi piel la detuvo frente a la puerta de este barrio. Su pelo cada vez más oscuro bendiciendo un camino nuevo. Su mirada fue compatible y entre una sonrisa cómplice con el pasado la traigo del otoño. ¡Nos vemos luego! Miro hacia el sur, toco su espalda, vuelvo a sus ojos; nos despedimos. Ya no hay nada acá. Se quebró el suelo como en la mayor sequia. Y ahí está Kusturica rompiendo una Isla que dice ser la República. Después de mentiras, amores bélicos y destrucción masiva de la soberanía propia. Puede no ser verdad pero que bien sabe esta historia. Alguien considera que puedo emigrar a su colchón Me niego a las nuevas oportunidades tras la línea de llegada. Que esta lucha sea más bien una guerra de dos en la Nación de un primer piso.

de colores te hicieron.

Por la mañana te imaginé de sobretodo puede que sea por la lluvia. Llevabas los pies descalzos dedos largos, como los de tus manos. Ibas hasta el río, intenté seguir el ritmo de tus pasos Hay algo inútil en todo esto. Te sigo,  te escucho. Te cubriría con mi paraguas, pero ¡te ves tan bien así! Tu pelo resultó largo Tus ojos brillan con el reflejo de las gotas y el día gris El río no te quita color; brillas. Roja.

micro

/ De ida, la ciudad estaba fría a la vuelta, se volvió pueblo. "¡Hasta luego, Don!"

La Sombra del Viento

EL CEMENTERIO DE LOS LIBROS OLVIDADOS Todavía recuerdo aquel amanecer en que mi padre me llevó por primera vez a visitar el Cementerio de los Libros Olvidados. Desgranaban los primeros días del verano de 1945 y caminábamos por las calles de una Barcelona atra­pada bajo cielos de ceniza y un sol de vapor que se derra­maba sobre la Rambla de Santa Mónica en una guirnalda de cobre líquido. —Daniel, lo que vas a ver hoy no se lo puedes contar a nadie —advirtió mi padre—. Ni a tu amigo Tomás. A nadie. —¿Ni siquiera a mamá? —inquirí yo, a media voz. Mi padre suspiró, amparado en aquella sonrisa triste que le perseguía como una sombra por la vida. —Claro que sí —respondió cabizbajo—. Con ella no tenemos secretos. A ella puedes contárselo todo. Poco después de la guerra civil, un brote de cólera se había llevado a mi madre. La enterramos en Montjuïc el día de mi cuarto cumpleaños. Sólo recuerdo que llovió todo el día y toda la noche, y que cuando le pregunté a mi padre ...

H. Channel

Lo que no entendiste era simple como este mate lavado desde las ocho de la mañana. Yo estaba a la misma distancia esperando que dentro de esas horas puedas acercarte. Pero nada te desvió de la mentira amarga como esta misma yerba. Empiezo a maldecir como últimamente acostumbro. Que inocencia perdiste en pocas palabras tan vulgar, como yo ahora, al escribir gritando cada una de estas palabras Quedate lejos. Voy a guardar tu voz entre los libros de historia.

Tiro al Blanco

miedo que al descolgar la guitarra se hace vértigo y extrema felicidad.

detenida

Un mate amargo a las 8:33 de la mañana; un lunes gris, como en la canción; el río inquieto en mi horizonte; una mujer algo distante detenida en el zumbido del ventilador. Apuntes leídos con devoción durante horas. Podríamos decirlo real, tangible y sensible. Pero en minutos  los caminos hacen que esto mismo sea la imagen detenida del momento más trivial del día.